ALTRES LÍMITS/ THE OUTER LIMITS:
Shelly y La Nueva Generación - I'm just a fool (1968)

24.12.09

Gauche Divine
Colita. Oriol Maspons. Xavier Miserachs.
Textos: Rosa Regàs. Olivia María Rubio

Exposición en: Sala Millares del Ministerio de Educación y Cultura. Madrid (abril-mayo)/ Sala Municipal de Exposiciones de San Benito. Valladolid (julio-agosto)/ Espai Xavier Miserachs de l'Institut de Cultura de l'Ajuntament de Barcelona (octubre-diciembre)
Madrid: Lunwerg, 2000

"LA GAUCHE DIVINE"
Rosa Regàs


La ironía que lleva en sí misma la apelación, gauche divine, que aplicó por vez primera Joan de Sagarra a una serie de personas de la Barcelona de los sesenta, nos dice mucho de cómo eran aquellos seres que la componían y de cómo se veían a sí mismos. El artículo fue publicado en el Tele-Exprés, el periódico que los acogió que los acogió, como Cahiers de Cinema había arropado a la llamada nouvelle vague parisina, Fotogramas a la "Escuela de Barcelona" o El País a la movida madrileña. En esta denominación de Joan de Sagarra incluía a todos los que acudieron al Price el día que Beatriz de Moura presentaba su Tusquets Editores, desde las modelos hasta los editores, poetas, pintores, fotógrafos, actores y actrices y hasta los escritores latinoaméricanos. Entonces vivían en Barcelona: García Márquez, Mario Vargas Llosa, Alfredo Bryce Echenique y José Donoso entre otros. Eran las postrimetrías de la década de los sesenta y buena parte de la historia que había protagonizado la gauche divine ya se había escrito. Tal vez por esto aceptaron el apelativo, siempre con esa mezcla de ironía y de despreocupación por el "qué dirán" -¡que digan lo que quieran!-, que había sido y seguiría siendo una de las características de aquellos años y de aquellos hombres y mujeres, muchos de los cuales una década antes ni siquiera se conocían. De hecho gauche divine, izquierda divina, no les pareció mal. De izquierdas eran todos si por izquierda entendemos el amplio espectro desde los comprometidos políticamente con partidos políticos, hasta aquellos que se consideraban simplemente demócratas sin especificar ni especificarse cuál era y cuál habría de ser en el futuro su ideario. El antifranquismo era político pero también, y sobre todo, cultural y social, casi estético, y en las dos o tres décadas de su existencia había creado una sociedad aburrida, convencional, mojigata, miedosa e inculta. Con muy pocas excepciones. Y el calificativo divine añadía toda una carda irónica y hasta sarcástica, porque conocíamos las distintas "divinidades" de cuya cultura nos nutríamos que tenían su sede en Nueva York, París, Londres o Milán. Y la nuestra por comparación y contraste era, como la sociedad en que vivíamos, una divinidad de segunda por decirlo así, aunque nos gustaba reconocer que los veinticinco años de paz habían despertado en cada uno de nosotros, que veníamos de ámbitos muy distintos y que no habíamos vivido la guerra y la posguerra más que desde la infancia, el ansia de salir del limbo culturural en que nos encontrábamos cuando aparecimos y nos propusimos descubrir y poner en práctica nuestras vocaciones ocultas.

De ahí que sea tan difícil establecer de dónde salió este movimiento, ese oleaje que se extndió por la ciudad, impulsado por un viento que salía de nostors mismos, de nuestra reacción es cierto pero que lo afianzaba otro que soplaba con fuerza en las alturas, el que recorría Europa y el mundo, un movimiento de liberación de las costumbres, de compromiso político, de protesta contra lo establecido, un movimiento que pretendía traspasar las fronteras i entercambiar puntos de vista y descubriemientos, que ponían en entredicho lo que se había recibido y que nos obligaba a mirar lo que teníamos con un sentido crítico desconocido hasta entonces.
Porque si algo tenían en común todos estos componenstes de la llamada gauche divine no era ni sus orígenes sociales ni su fortuna personal, inexistente en la mayorías de los casos, y desde luego no tan respetada cuando existía como lo es hoy, sino sobre tots el interés cultural y político por lo que se estaba fraguando en la ciudad, en el páis y en el mundo, el entusiasmo por el trabajo que habíamos elegido, la necesidada de entender la libertad tambiém como un derecho personal, un compromiso político en general desvinculado de la militancia y el sentido del humor, la adicción a la risa y el ansia de recuperar la diversión que se nos había escamoteado en los años anteriores. Y sobre totdo, el infinito amor a la transgresión por insignificante que fuera, que nos proporcionó grandes placeres y nos convirtió en indiferentes y desdeñosos antre los juicios moralistas de aquella sociedad mojigata y que a veces aún nos siguen dedicando su herederos.

[...] Para mí los prolegómenos de lo que luego fue la gauche divine se sitúan muy a principio de los años sesenta cuando llegué a Cadaqués, un pueblo escueto y perfilado contra el cielo claro de la tramontana, que en los últimos veinte años apenas había visto ampliaciones de calles ni nuevas viviendas y debía de ser aún igual que lo habían visto Buñuel y García Lorca cunado rodaron Un chien andalou. [...]
Las mujeres llevaban aún los dolls sobre la cabeza cuando iban a la fuente a por agua, los hombres se sentaban al sol a ver pasar las horas buscando en el cielo una nube que les eximiera de salir a pescar y para llegar al pueblo desde Barcelona con el mejor coche, como el que tenía entonces Antonio de Senillosa y pocos más, se tardaba cuatro o cinco horas. Allí fue donde conocí a Federico Correa y Alfonso Milá, amigos de Marta y Javier Villavechia, cuya casa habían remodelado creando una tiplogía que se ha reproducido y ha colaborado a la salvación de uno de los pueblos más bellos del mundo. Conocí también a Dalí, y a otros muchos pintores como Lluis Marsans, Prim, Tharrats, María Girona, Ràfols Casamada, los Pitchot, Rafa Durán, Aguilar Moré y muchos más que si bien tenían poco en común, todos habían llegado atraídos por la luz acristalada de la tramontana.

En Cadaqués fue, como si fuera lo más natural, donde casi todos los días tomaba café o un vaso de vino con mi vecino, Marcel Duchamp, su mujer Tiny, y un día incluso con su invitado Max Ernst.
[...] Comenzaba a tomar vida en Barcelona locales com el Stork Club, el Restaurante Estevet, el café de la Ópera, donde nos veíamos las caras, y luego aparecieron una serie de actos culturales, como la salida de la revista Siglo XX, La Mosca, la creación de la Escuela de Diseño Eina, la venida del Gruppo 63 y las conferencias de Lucien Foldman, Gubern, Gasca, Ferrater, Sacristán, y de una forma muy especial, la irrupción de los arquitectos en la vida cultural y social de Barcelona. Carlos Barral y Jaime Salinas, además de un catálogo editorial glorioso, habían puesto en marcha los Premios Internacional de Literatura y Formentor, que junto con el ya famosos Biblioteca Breve aglutinaban escritores y editores extranjeros, y los arquitectos habían inaugurado los pequeños congresos con sus viajes de reconocimiento por la geografía española.
Pero debió de ser ya a mediados de los sesenta, tal vez un poco más tarde cuando se produjo la eclosión, quizá con las primeras películas de la Escuela de Barcelona, y con la inauguración del Bocaccio, donde mis hermanos, Xavier en el interiorimsmo y Oriol en la organización, supieron crear, con la ayuda de todos los socios, un local sofisticado, el punto de encuentro de cualquiera que quisiera estar al tanto de lo que ocurría en el ámbito de la cultura, de la transgresión y de los cambios que poco a poco iban produciéndose en la estructura social y profesional de la ciudad.
[...]
Y pedantes. ¿Éramos pedantes? Carlos Barral, Jaime Gil, Gabriel Ferrater, Juan García Hortelano el embajador de Madrid, Jaime Salinas, Pere Gimferrer, Félix de Azúa y Ana Maria Moix hablaban de literatura hasta caer agotados. Federico Correa, Óscar Tusquets, Lluís Domènech, Luís Clotet, Ricardo Bofill y Oriol Bohigas hablaban de arquitectura en el café, en la cama, en la playa y hasta con el agua del mar en la cintura, sin parar, igual que Jacinto Esteva, Joaquim Jordà, Serena Vergano o Carlos Durán de cine. Oliveras de radio, Eugenio Trias de filosofía. Se discutía sobre un libro con la misma pasión que sobre un edificio, una fotografía, un diseño, una exposición, el glamour de una modelo, las piernas de una mujer, el interior de la tortillería Flash Flash, una canción de Serrat, el compromiso político de los intelectuales, Chomsky, Marcuse, García Márquez, Roland Barthes, el estructuralismo, la semiótica, la antropología o lo que hiciera falta, con apasionamiento, con sarcasmo, con ironía y seguramente también con pedantería.

Es cierto, sin embargo que la gauche divine no habría sido posible sin el tímido renacer económico del país. [...] A partir de la mitad de los sesenta ya parecía que, quien más quien menos en aquel mundo de la farándula, de bohemios aunque fueran de buena família, podía permitirse tomar una copa en Bocaccio y cenar en el Restaurante Estevet. Pero eran muchos los profesionales que no tenían ingresos fijos aunque parecía que nadaban en la abundancia y cuando se abría una casa se abría para todos, incluso para los que no se conocían.
[...]

¿Qué habría sido de todo aquello sin los fotógrafos? [...] Iban i venían de un lugar a otro siempre a punto de disparar, a veces sabían cómo hacernos posar, vestir y mirar para que se desvelara la esencia de aquel momento, otros nos perseguían sin recato en los momentos de la vida que según su intuición había que inmortalizar, des de las locas noches de baile y alcohol hasta la presentación en sociedad de un poeta o de un diseñador. Colita, Xavier Miserachs, Oriol Maspons, Català Roca, Massats o Pomés aparecían de pronto en la casa, en la librería, en el restaurante, como si supieran cuándo y cómo había nacido este niño, este libro, este edificio. [...]
Sea como fuere, empezara como empezara, el fin se precipitó dando paso a otras aventuras, menos excitantes tal vez pero mucho más esperadas, mucho más necesarias: la muerte del dictador y con ella la entrada del país en la normalización democrática.
[...]